Con sus casi 500 noches. Y creo que hoy, por fin, estoy preparada para escribirte. Con el corazón en la mano. Con un montón de lágrimas en la almohada. Aún con un montón de porqués. Hoy, casi 500 días desde la última vez que te vi, puedo escribirte sin lágrimas en los ojos y con el corazón un poco menos maltrecho. Todos los días me pregunto. Todos los días sigo sin encontrar respuestas. He accedido a hablar contigo porque bueno, tengo dos hijos, que por la circunstancia de ser yo tu hija, son tus nietos. Pero no deja de ser eso, una circunstancia.
Hoy, me has preguntado que porqué he tenido que ir al psicólogo. ¿De verdad no lo sabes? Yo soy madre, y se, perfectamente cuándo mis hijos están mal. Sé cuando Yago ha llorado sin haber estado delante, o cuando a Ethan le ahonda una pena tremenda en el alma que no entiende. Han estado en mi vientre, como yo lo estuve en el tuyo. Pero como lo preguntas, te respondo: he tenido que ir al psicólogo porque no entendía porqué me quieres (porque imagino que me quieres) de la manera en la que me quieres. Porque es una manera de querer que no entiendo. Le de la vuelta o la mire del revés. El otro día me dijiste que me querías mucho. A mí se me pinchó algo en el alma. Me duele. Y me duele a mares. Porque no lo entiendo. Y en parte me da miedo, precisamente por no entenderlo. No entiendo que me tuvieras cerca y me hicieras marchar. Y creo que di oportunidades. Desde volver a tu casa cuando fui, junto con mi pareja y mis hijos, expulsada de ella. No abras los ojos. La boca también puedes cerrarla. No te eches las manos a la cabeza. Quizá fue un error. Yo espero no cometer nunca uno tan grande como madre.
Es cierto, como me dijiste, que nadie me puso una mano en el pecho para volverme a mi tierra. De corazón, no te haces una idea de las ganas e ilusión que tenía de volver a teneros cerca, ver crecer a mi sobrina, que los primos jugaran juntos. No te lo imaginas. Así como no te imaginas las ganas que tenía, que teníamos, de ayudaros. De, entre todos, como tribu, sacarnos las castañas del fuego. Fracaso. Uno más. Un corazón un poco más roto, un alma un poco más tocada. Pero jamás entenderé que te fueras a tomar café con quien fuera, mientras tuve que llevar a Ethan caminando al médico o que no pasaras a ver a Yago las veces que estuvo malito. Y ya ves que no me nombro, porque yo no me duelo, pero mis hijos me duelen todo. O cómo pude flipar cuando te compraste un aire acondicionado sabiendo que la nevera la teníamos rota y que llegamos a intoxicarnos por comer cosas en mal estado. Y muchas cosas que no voy a enumerar porque no es el fin de este escrito.
El fin es decirte que pido respeto. Que no me digas que me quieres cuando tu forma de querer me hace daño. Ya me dijiste que a tu edad no vas a cambiar. Es una pena, porque te vas a perder un montón de cosas. Yo intento reinventarme cada día, mejorar mis acciones, ser mejor persona, mejor madre, mejor mujer, mejor ser. Si quieres, te doy la opción a quererme menos, mucho menos, pero a quererme mejor. Hay una corriente cuya filosofía aboga por el menos es más. No quieras abarcar tanto, no quieras tener tanto porque al final, te quedas con poco.
O con nada.
¿Hoy sonríes todos los días? ¿Ríes a carcajadas? ¿Lloras por cosas bonitas?
Prefiero no tener perfumes pero si el olor de mis hijos. Prefiero no tener NADA, pero si tener a mis hijos. Y quererles, amarles y respetarles. Sobre todo respetarles. Porque yo, simplemente soy su madre, y es una circunstancia. Llegará el momento en el que vuelen y yo quedaré relegada a un plano, al que ellos quieran. Dejaré de ser la protagonista de sus vidas para convertirme en una mera figurante. Pero estaré. Sin juzgar. Respetando. Apoyando. Sosteniendo.
Te he querido mucho. No puedo decir que he dejado de quererte, pero te quiero distinto. Y esto si lo digo llorando. No veo lo que escribo, sólo lo siento. No sé si te dejaré leer esto. A día de hoy, siento que no te lo mereces. Puede que mañana... o que hagan falta otros casi 500 días. Yo sé que tu esperas un te quiero de mis labios. Hoy no puedo. Quizás nunca pueda. Respétalo también. He tenido que tener casi 40 años para hacerme respetar . No siempre lo consigo. Pero contigo sí. Respétame. Quiéreme menos, de verdad. Quizás te sorprenda la vida.